lunes, 16 de marzo de 2020

MISIÓN GANAR TIEMPO Vídeo 0


MISIÓN GANAR TIEMPO


Hola familias,
El coronavirus hace que tengamos que cerrar al menos 15 días. Pero como no podemos estar quietos, vamos a subir contenidos tanto al blog como a redes sociales para que sobrellevemos los días de aislamiento.
Aquí os dejamos el primer vídeo con recomendaciones para los padres.
¡Ánimo!

miércoles, 12 de febrero de 2020

PAUTAS Y JUEGOS PARA LEER EN FAMILIA


PAUTAS Y JUEGOS PARA LEER EN FAMILIA

 

A todos los padres nos gustaría que nuestros hijos desarrollaran el  gusto por la lectura. En los libros hay aventuras, aprendizaje y montones de diversión.

Pero la realidad es que, unas veces por las prisas que nos arrastran y otras porque los niños no están motivados, ni encontramos el momento, ni tenemos las ganas de ponernos manos a la obra.

Sin embargo, el día a día está lleno de momentos que podemos utilizar para fomentar la lectoescritura.

Aquí os proponemos dos tipos de actividades: unas para cuando tenemos un momento relajado y otras para hacer sobre la marcha.

CUANDO TENEMOS TIEMPO…

Aquí aprovecharemos para leer de forma relajada, por puro gusto, disfrutando, no solo de la lectura sino del momento de estar con ellos.

¿Qué podemos hacer?

1.      Dejarles que elijan el cuento. Y de la misma manera, dejar que cambien de cuento si uno no les gusta (aunque se puede “chinchar” con preguntas como ¿a ver si ahora es cuando aparece el fantasma y nos lo perdemos? para intentar que perseveren en el elegido).

2.      Compartir la lectura: repartir el texto ayuda mucho en los primeros lectores.

3.      Repartir los personajes y hacer voces diferentes: a los niños les gusta el teatro así que… ¡teatralicemos la lectura!

4.      A veces es bueno dejar la lectura en el momento más interesante para que salga de ellos continuar al día siguiente.

5.      Cerrar el libro en un momento determinado e imaginar qué pasará después o preguntas sobre lo leído.

6.      Hacer dibujos sobre el cuento.

7.      Inventarnos un cuento entre todos (se pueden seleccionar varias palabras que tengan que aparecer, mezclar personajes de varios cuentos…): si se tiene tiempo se puede escribir pero si no, no es necesario (recuerda que la literatura empezó como narración oral).
 

Y SI NO TENEMOS TIEMPO…

Aunque la intención es buena, el día a día nos atropella entre extraescolares, poner lavadoras, hacer cenas, ayudar a los mayores con los deberes o atender a los pequeños… Así que toca agudizar el ingenio y emplear esas tareas para nuestro propósito. Os proponemos situaciones cotidianas a las que podemos sacar partido:

1.      Traslados en coche: podemos ir haciendo juegos de palabras encadenadas, deletreo, buscar carteles con palabras con una letra concreta, pensar palabras que empiecen/terminen por una letra…

2.      Mientras haces la comida/merienda/cena: como estás pendiente de la cocina, necesitarás un secretario que te ayude con la lista de la compra (recuerda que los niños son excelentes ayudantes).

3.      Medios de comunicación reales: a los niños les encanta que lo que hacen sea útil para algo o para alguien así que por qué no escribir una carta real a alguien o un whatsapp, una receta de cocina o los números de teléfono de la familia.

4.      Ahora que estoy recogiendo los cacharros/tendiendo la ropa/doblando calcetines…: iba a ponerme música pero preferiría una buena historia… ¿me la vas leyendo tú?

5.      Si hay hermanos más pequeños o incluso mascotas en casa también se puede aprovechar para que les lean: a los primeros lectores les quita presión leer para alguien que sabe menos que ellos.

6.      ¿Recordáis cuando en clase nos mandábamos notitas? ¡Pues hacedlo en casa! Podemos comunicarnos por escrito y enviarnos notas de amor, de deseos, de enfado, de propuestas y de protesta.

7.      ¡Recordad! Objetivo: leer y escribir.

Pensad si los que estáis haciendo o diciendo en cada momento del día se podría leer o escribir (en su totalidad o en parte). Seguro que se os ocurren muchas más ideas.

domingo, 3 de junio de 2018

¿QUIÉN DECIDE SI VALES?


MAMÁ, ¿QUIÉN DECIDE SI VALES?

Mañana de domingo. Nicolás, ocho años, lleva dos horas seguidas dibujando.

No quería romper la concentración pero me puede la curiosidad porque no suele dibujar.

-          Cariño, ¿en qué andas trabajando tan concentrado?

-          Estoy haciendo un cuaderno de personajes. Ya sabes que no se me da bien dibujar pero lo que importa es lo que quiero decir con ellos, el concepto y lo que representa cada uno.

Me hace gracia que en unos pocos meses ha empezado a utilizar vocabulario muy adulto y dice cosas como personalidad, emocional o esencia (de dónde lo habrá sacado, ejem).

El caso es que su autoconcepto artístico es más bien bajo. Él es consciente de que su ejecución en dibujo no se corresponde con el estilo realista que, por  otra parte, es lo que él considera “dibujar bien”. Tampoco ha ayudado que en alguna ocasión sus compañeros se hayan reído de sus dibujos.

Así que, le busco imágenes de cuadros de Miró y le digo:

-          ¿Qué te parece?

-          ¡Chulísimos!

-          Pues, son cuadros de Miró, uno de los pintores más importantes del siglo XX. Están en varios museos. ¿Ves que no hacía dibujos reales? No es necesario para ser un buen pintor.

Y Nicolás me mira y me dice:

-          Entonces, ¿quién decide si vales?

¡Qué gran pregunta! Le miro con más admiración que otra cosa y le digo:

-          Recuerda esto siempre: el primero que ha de decidir si vales eres tú. Y, a partir de ahí, estar preparado para que haya quién te sepa mirar y quién no. Eso no importa mucho. Lo único que tienes que ser es especial y diferente. Y creerlo así.

Poco más tengo que decirle. Cree en ti y se constante. Lo demás, llegará.

*Me he permitido hacer un collage con imágenes de los dibujos de Nicolás y de Miró (por si a alguien se le despista quién era)

viernes, 25 de mayo de 2018

SI FUERAS UN ANIMAL, ¿QUÉ ANIMAL SERÍAS?



SI FUERAS UN ANIMAL, ¿QUÉ ANIMAL SERÍAS?

Hace unos días, Nicolás, de 8 años, se levantó de la cama después de llevar una hora acostado y se presentó en el salón.

-          Mamá, por favor, ¿qué animal crees que encaja con mi personalidad?

-          Cariño, déjame que lo piense y, mañana, cuando tenga el cerebro enchufado, te contesto.

Al día siguiente, al levantarse la conversación siguió de la siguiente manera:

-          Mamá, he pensado que los animales son más fáciles porque me parece que sólo tienen una característica especial y yo tengo muchas. Así que voy a tener que mezclar animales.

 
Y comenzó a enumerar:

-          Soy chimpancé seguro por lo inteligente (no hay nada como tener una buena autoestima), camaleón porque soy capaz de quedarme quieto mucho rato.

Interrumpí:

-          A mí me parece que lo de tumbarse en el sofá a ver la tele es más de oso perezoso que de camaleón.



-          Vale, pues oso perezoso y camaleón porque cuando me da el sol el pelo me cambia de color. También soy tortuga porque me visto muy despacio. Pero en el agua soy pingüino porque nado muy rápido. ¡Y loro, que hablo mucho!

Después de hacer este pormenorizado análisis de su personalidad le dije:

-          Vístete, que hay que ir al cole.

Y, sorprendentemente empezó a vestirse a cámara lenta.

-          Mamá, voy al 10% porque soy tortuga cuando me visto.

Y aquí viene lo interesante. ¡Cómo suena esto a profecía autocumplida!

Como cree que vistiéndose es lento como una tortuga, ¿cómo se viste? ¡Bingo! Despacio.

Así que le dije:

-          No se trata de que no seas tortuga. Se trata de que, de todos los animales que eres, escojas en cada momento el que te dé más ventajas. Si quieres vestirte deprisa, escoge el pingüino, que si es rápido nadando, también lo será vistiéndose. Y, si estás dando un paseo, escoge la tortuga para ir despacio y disfrutar del paisaje. ¿Lo has entendido?

-          ¡Claro! Modo pingüino activado.

Y se vistió en un santiamén.

Después le pregunté qué animales pensaba que era yo y me dijo:

-          Chimpancé también seguro porque eres muy inteligente. Gato, por guapa. También eres una hormiga porque las hormigas son muy trabajadoras.

-          ¿Y un poco gallina? Por lo de llevar siempre a los pollitos detrás.

-          Eso también. Y koala, porque nos espachurras a abrazos.

Pensé en la suerte que tengo de que esté en una edad en la que todavía no me ve los fallos.

Los que me conocéis, sabéis que soy fiel defensora de escuchar a los niños, de recoger sus ideas geniales y moldearlas para aplicarlas en el trabajo. Creo que cuando una idea surge de un niño tienes muchas más probabilidades de que otros niños te entiendan, se sientan identificados y se entusiasmen. Como siempre, creo que el adulto no tiene mucho más que hacer que dar forma y acompañar.

El caso es que le dije que su propuesta me había parecido lo suficientemente interesante como para llevármela al trabajo.

Y me dijo:

-          Me parece bien, mamá, pero acuérdate de decirles que no tienen que escoger los animales que más les gusten. Tienen que elegir los animales que les hacen ser lo que son.

Así que la dinámica es bien sencilla:

¿Qué animal o animales crees que encajan con tu personalidad? ¿Por qué?

A los que trabajamos con niños creo que nos puede dar muchas pistas sobre el autoconcepto y la autoestima de nuestros niños. Seguramente, a través de los animales les resulte más fácil expresar sus emociones y hacernos llegar cómo se sienten.

Y además, el juego nos puede dar pie a modificar lo que no nos gusta eligiendo un animal distinto como hizo Nicolás con la tortuga y el pingüino.

Así que, ahí os dejo el reto. Si alguien se anima, me encantará que me contéis los resultados.

¡Nos vemos por el camino!

jueves, 26 de octubre de 2017

¿Y SI ESCUCHAR FUERA LA CLAVE?


¿Y SI ESCUCHAR FUERA LA CLAVE?

Hace unos días apareció esta imagen en redes sociales de la respuesta de un niño en un examen de matemáticas:
 
 

Inmediatamente se desató un aluvión de opiniones y juicios sobre si la respuesta estaba bien o estaba mal. Me di cuenta de que, a menudo, nos enredamos en juicios de bien y mal y nos perdemos los matices.
Y esto me llevó a la siguiente reflexión.
Me  gusta la neurociencia. Soy una apasionada de la educación. Y mis 24 horas están rodeadas, salpicadas, asaltadas e invadidas por niños. Trabajo con y para ellos. Y tengo tres hijos.
Y, cuanto más comparto mi tiempo con ellos, más cuenta me doy de que no hay mejor neurociencia que la de escuchar.
Parece que estamos esperando a que haya un descubrimiento en neuroimagen que nos haga explicarnos todo, que dé solución a por qué este niño se sale al pintar, éste otro no termine de leer como yo esperaba o el de más allá no consiga hacer la frase que le corresponde por edad.
Y, ante la incertidumbre de no saber por qué, añadimos etiquetas patológicas a la espera de que la neurociencia nos dé la respuesta y la solución al problema.
¿Y si pensáramos en configuraciones neurológicas diferentes en lugar de en cerebros esperables, predecibles y previsibles?
¿Y si nos dedicáramos a escuchar?
Me ha llevado años entender esto pero cada vez lo veo más claro: escuchando a los niños con un poco de sensibilidad podemos entender su forma de ver el mundo, su velocidad de procesamiento, sus maneras peculiares de hacer conexiones y dar respuestas.
Que por supuesto no son las mismas que las nuestras ni tienen que serlo.
Es tan sencillo como esto: escuchar con predisposición de aprender y comprender para poder darles respuestas y acompañar sus aprendizajes.
No quiero con esto echar por tierra los hallazgos que la ciencia nos está regalando en los últimos años pero sí poner el foco en lo que los que nos rodeamos de niños podemos hacer para desarrollar todas sus capacidades.
Y esto pasa por escuchar. Escuchar lo que dicen y también lo que callan. Ser sensibles al niño como globalidad, con sus palabras, sus acciones, sus emociones y su forma de relacionarse con el mundo.
Escuchar da las pistas necesarias. Seguramente mucho más que una batería de test.
Escuchar abre el camino. Y sólo requiere un recurso: tiempo. Creo que el precio no es muy alto.  Hagámoslo posible.